Aceptar los avatares de la vida, a los demás y a nosotros mismos puede parecer algo sencillo pero no lo es. Hace poco vi la película “Un monstruo viene a verme” que muestra como, en ocasiones, podemos lidiar una auténtica batalla contra nuestras emociones, por considerarlas indeseables o malvadas, que nos impide aceptar una situación inevitable. Otras veces, dirigimos nuestro enfado contra las personas que nos rodean o contra la vida por frustrarnos y no darnos lo que creemos merecer. Muchas personas me consultan por un problema relacionado con una dificultad para aceptar. Por ejemplo, un duelo por una persona fallecida, un fracaso profesional o una decepción.
Podríamos preguntarnos ¿Por qué esta dificultad es tan común en el ser humano? Las personas nacemos con un instinto de supervivencia y superación. Queremos conocer lo que nos rodea y desarrollamos nuestras capacidades superando los obstáculos que se ponen en nuestro camino. Los retos nos hacen sentir vivos y nuestro sentimiento de valía personal se sostiene en base a conseguir alcanzar metas. Pero cuando nos topamos con nuestras limitaciones, nuestra vulnerabilidad, nos resulta difícil aceptar que algunas cosas escapan a nuestro control, que no podemos cambiarlas. Las personas muy exigentes consigo mismas y aquellas que siempre han conseguido todo lo que querían son las que más dificultades suelen tener para aceptar los límites propios o ajenos. A esto le sumamos que rendirse o fracasar en nuestra sociedad son términos con una fuerte connotación negativa.
El neuropsiquiatra Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y superviviente a los campos de concentración nazi, decía que cuando no puedes cambiar una situación siempre te queda la libertad de elegir la actitud con la que la afrontas. Por tanto, aceptar no debe ser entendido como algo negativo sino como algo necesario. La vida es frustrante en muchos momentos y frustrar es una herramienta que tienen los padres y educadores para ayudar a los niños a comprender los límites que existen en la realidad, en ellos mismos y en las relaciones. Aceptarnos tal y como somos, con nuestras capacidades y limitaciones, nos ayuda a proyectarnos hacia metas realistas, a vivir con más serenidad, y en definitiva, a crecer y madurar como personas.