Muchas personas que acuden a terapia tienen esta dificultad y a menudo se enfadan consigo mismas por no conseguir cambiar algo que desean tan intensamente y que puede parecer sencillo. Esta incomprensión hacia sí mismos genera un sentimiento de culpa e infravaloración que bloquea aun más cualquier tentativa de cambio.
Como en cualquier otro problema humano, es importante comprender el origen de nuestra dificultad y sus implicaciones en la vida actual para comenzar a pensar en cómo cambiarlo. Rogers, un psicólogo humanista muy reconocido, decía que una persona solo puede empezar a cambiarse a sí misma cuando se ha aceptado plenamente.
Por supuesto, el origen no es siempre el mismo en todas las personas pero existen unos aspectos comunes que comentaré en este artículo.
No es una de las primeras palabras que aprendemos siendo niños cuando nuestros padres ponen límites a nuestro comportamiento. Más tarde, a los 3 años aproximadamente, comenzamos a pronunciar esta palabra para poner a prueba la firmeza de las normas y por tanto la seguridad que nos brinda nuestro entorno. La adolescencia será otra etapa crucial en este sentido ya que el hijo buscara su propia independencia física y emocional y los padres se sentirán cuestionados.
Este proceso de separación de nuestros padres es fundamental para adquirir una identidad propia y una seguridad u equilibrio psicológico pero no siempre este proceso se hace de la misma manera. En ocasiones determinadas circunstancias vitales hacen que el niño no pueda oponerse a los padres. Recuerdo un paciente que sufría una depresión y me decía que él nunca se había opuesto a su madre porque bastantes problemas tenia ella tras la muerte de su padre para darle otro más con su comportamiento.
Otras veces, los padres son muy severos y no admiten que se les cuestione. Los niños aprenden a callarse lo que piensan y sienten por no molestar a sus padres, por miedo a las consecuencias o por temor a que dejen de quererles si no son lo que se espera de ellos. Es habitual que estos niños sean adultos con dificultad para negarse a las personas que ven como figuras de autoridad, por ejemplo, un jefe.
También influye la educación que hayamos recibido. Antiguamente, el respeto se confundía con la obediencia ciega. Se enseñaba a los niños a estar callados y mostrar una actitud sumisa y obediente a todo lo que los adultos ordenaran. El niño era una persona sin opinión ni sentimientos propios y el adulto hacia lo que consideraba mejor para él. En la edad adulta, la mayoría seguían siendo obedientes a su familia de origen que colocaban en un lugar prioritario frente a su propia familia o proyecto de vida, o algunos rompían de una manera brusca los lazos. En este aspecto, en general las mujeres han sido educadas en esta actitud sumisa más que los hombres.
Un último aspecto a tener en cuenta es el modelaje. Todos crecemos cerca de personas que nos sirven de modelo, generalmente estas personas son nuestros padres pero no siempre, a veces puede ser una abuela o hermano. Generalmente, vamos a fijarnos en una persona importante para nosotros e interiorizamos sus actitudes y valores como si fueran nuestros.
En conclusión, “decir no” nos enfrenta a las normas interiorizadas, al conflicto con los demás, al rechazo e incluso a la pérdida o el abandono. “Decir no” es difícil porque cuestiona lo que somos y despierta en cada uno emociones a veces muy intensas que pueden bloquear u oscurecer nuestros auténticos deseos y necesidades. Un buen trabajo psicoterapéutico te puede ayudar a cambiarlo.