El duelo ha sido un tema ampliamente estudiado por la psicología. La psiquiatra Kübler-Ross expuso el primer modelo de elaboración del duelo por etapas en su libro "Sobre la muerte y los moribundos" en 1969. Este modelo presenta el duelo como un proceso de adaptación a cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación y es aplicable al afrontamiento de cualquier pérdida, bien sea el fallecimiento de una persona querida, un despido laboral, una enfermedad física o una ruptura de pareja. Aunque el modelo fue pionero y sentó las bases de los cuidados paliativos actuales, hoy en día se considera más útil y realista un modelo de tareas del duelo porque promueve el rol activo del doliente en su proceso y proporciona una visión más compleja de todos los aspectos cognitivos, fisiológicos y emocionales implicados en el duelo. El modelo de tareas de J. Willian Worden es el más utilizado para explicar el duelo y propone cuatro tareas que el doliente irá resolviendo para elaborar satisfactoriamente su duelo. Las tareas no se realizan en un orden concreto y requieren el esfuerzo de la persona doliente, así cada proceso de duelo será único y su duración dependerá del tiempo que cada persona necesite para cumplir esas tareas.
Una tarea primordial consiste en aceptar la realidad de la perdida. Esto que a priori puede resultar sencillo cuando se trata de un fallecimiento por la irreversibilidad de la muerte no lo es ya que la persona doliente puede negar la muerte de varias maneras: negando la realidad, el significado o la irreversibilidad de la muerte. Así nos encontramos personas que creen ver o escuchar al fallecido o que conservan sus pertenencias tal y como las dejó muchos años después de su muerte. Por tanto, esta tarea implica no solo una aceptación intelectual sino una aceptación emocional de la muerte, por lo que rituales, como el funeral, pueden ayudar a validar la realidad de la muerte. Será una tarea más complicada cuanto más repentina haya sido la muerte, especialmente si el doliente no puede ver el cuerpo del fallecido.
Otra tarea consiste en elaborar el dolor. No todo el mundo siente el dolor de la misma manera ni con la misma intensidad pero es imposible no sentir dolor cuando muere alguien a quien hemos estado unidos. Si el doliente no se permite sentir el dolor y bloquea de algún modo este sentimiento, por ejemplo mediante el uso de drogas, este duelo puede cronificarse y afectar de alguna manera el bienestar y la vida de la persona.
Adaptarse al mundo sin la persona fallecida es otra tarea fundamental que dependerá de la relación que se mantenía con ella y los roles que ésta asumía. En la vida cotidiana, es habitual que el doliente tenga que aprender nuevas habilidades y esto suponga un reto para la familia del fallecido que tendrá que reorganizarse sin él. Además, la ausencia del fallecido cambiará la imagen que el doliente tenia de sí mismo, que puede sentir que no es el mismo ahora que el fallecido no está y necesita construir una nueva identidad que le permita integrarse en el mundo. Por último, el sistema de valores o creencias de la persona puede verse modificado por la muerte, por ejemplo cuando se considera que es una muerte sin sentido, como la muerte de un niño, y la persona tendrá que adoptar nuevas creencias que reflejen la fragilidad de la vida y los limites de nuestro control.
La última tarea consiste en hallar una conexión perdurable con el fallecido, es decir, encontrar una manera de llevar con nosotros a los seres queridos que han fallecido que no nos impida seguir con la vida. Cuando la persona no lleva a cabo esta tarea, su vida se detiene y no puede reanudar nuevas relaciones y proyectos.
En conclusión, el duelo se resuelve cuando la persona consigue transformar ese dolor en calma, cambia la imagen de sí misma, adquiriendo nuevas capacidades y roles, y da un nuevo rumbo a su vida, con una visión del mundo más flexible y esperanzadora.