Desde que comenzó la pandemia, el miedo acompaña nuestra vida en mayor o menor medida. Nuestra manera de sentir y manejar el miedo depende de las situaciones de amenaza o peligro real a las que nos enfrentamos ( por ejemplo, una persona con enfermedades previas que la hacen vulnerable al covid-19) así como de aspectos personales relacionados con el sentimiento de seguridad o apego y las habilidades de afrontamiento.
El miedo es una emoción innata, necesaria para nuestra supervivencia, que nos orienta a escapar de un peligro. A diferencia de otros animales, el ser humano puede sentir miedo ante algo real o imaginario. En este segundo caso hablamos de ansiedad ya que se produce cuando anticipamos una amenaza en nuestra mente, por ejemplo, la ansiedad que sentimos ante un examen. La ansiedad no es buena ni mala sino que depende la intensidad con la que se presente y los recursos que tengamos para manejarla. Un nivel de ansiedad adecuado nos prepara para lo que está por venir y mantiene la atención en su punto optimo para que se produzca un aprendizaje, sin embargo cuando los niveles de ansiedad son elevados y se mantienen durante mucho tiempo el cuerpo y la mente pueden verse dañados.
A nivel neurológico, el miedo se relaciona con el circuito del dolor en el cerebro, donde se segregan noradrenalina y cortisol que preparan el cuerpo para la acción. Generalmente cuando sentimos miedo la primera reacción será la búsqueda de apoyo social, especialmente en los niños ya que necesitan de sus cuidadores para sobrevivir. Si el apoyo social no aparece o es insuficiente, el cuerpo se prepara para huir o luchar según se considere más adecuado en cada circunstancia. Pero hay una tercera situación que explica la teoría Polivagal de Porges y se produce cuando la amenaza es excesiva o supera las capacidades de afrontamiento de la persona, entonces la persona puede paralizarse física y mentalmente, dejando una huella traumática en su manera de ser y funcionar.
De ahí que nuestra manera de sentir y manejar el miedo esté relacionada directamente con el tipo de apego que hayamos establecido con nuestros cuidadores durante la infancia. Cuando nacemos somos seres muy dependientes que necesitamos de los otros para desarrollar nuestras capacidades. Si nuestros cuidadores son predecibles y tienen respuestas adecuadas a nuestras necesidades físicas y emocionales estableceremos un apego seguro que nos dará un sentimiento de seguridad y una adecuada autoestima en la edad adulta. Pero si nuestro cuidadores fueron amenazantes o impredecibles en sus respuestas (por ejemplo niños expuestos a situaciones de violencia, abandono o sobreprotección) nuestro apego será inseguro y tendremos una sensación de falta de control y desprotección en la edad adulta.
Es posible que si tenemos una base de apego inseguro vivamos la situación de pandemia con mayor ansiedad y nuestros temores puedan llegar a convertirse en fobias, como por ejemplo la hipocondría o la agorafobia. Además, el apego inseguro está relacionado con una mala gestión de la rabia que puede llevarnos a inhibirla, si hemos aprendido a ocultar nuestras emociones, o a expresarla de manera muy intensa o ineficaz, si hemos aprendido que es una forma de ser vistos o escuchados. En ambos casos, esta mala gestión de la rabia nos traerá problemas en las relaciones con los demás y en nuestra autoestima.
Como dice Leslie Greenberg "reconocer la debilidad y la vulnerabilidad en vez de tener que presentar una fachada de fortaleza nos ayuda a ser más humanos". Por eso necesitamos aprender a identificar nuestro miedo, comprender el mensaje que nos trae sobre quiénes somos y qué nos asusta y reconducir ese mensaje a la satisfacción de necesidades no cubiertas tanto en el presente como en el pasado.